domingo, 25 de septiembre de 2011

Lujurias culposas que jamás se concretan.

Conforme mi ser material avanzaba en tiempo y espacio, a medida que veía las estaciones pasar, mi yo maldecía a esa especie de ello consciente que terminó por caracterizarme. Mientras más cerca me encontraba, más lejos me daban ganas de estar, y esta vez, no existían culpables ajenos.
Paulatinamente, el 34 fue llevándome físicamente a lo que sucedió esta tarde. El resto de mi lo empezó a padecer mucho antes de cerrar la puerta de casa. El deyabu hervía a través de mi sistema nervioso y ese sentimiento se intensificaba a medida que arribaba a destino.
Cuando llegué, caminé esas tres cuadras cual quinceañera en la boca del lobo, por que, si vamos al caso, siempre supe que este viaje era análogo al suicidio vespertino.
En vano y muy a la ligera te busqué para no encontrarte. Vendedores desesperados y de dudosa aura me preguntaban ingenuamente si buscaba algo en especial. ¡Qué ironía!, pensé; jamás me sentí tan vulnerablemente imprudente entre tantos libros.

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